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dimarts, 7 de gener del 2014

Dakar, segons André Gide

26 DE JULIO

Dakar, por la noche. Rectas calles desiertas. Sombría ciudad dormida. Resulta imposible imaginar algo menos exótico, más feo. Hay un poco de animación delante de  los hoteles. terrazas de café iluminadas con una luz violenta. Risas vulgares. Caminamos por una larga avenida, que muy pronto se aleja de la ciudad francesa. Nos alegramos al encontrar a los negros. Entramos en un pequeño cine al aire libre que se encuentra en una calle transversal. Detrás de la pantalla, unos niños negros acostados en el suelo, al pie de un árbol gigantesco, probablemente una ceiba. Nos sentamos un momento en la primera fila. A mi espalda, un negro robusto lee en voz alta el texto de la pantalla. Nos vamos. Durante largo rato seguimos andando de un lado a otro; pero estamos tan cansados que, de pronto, en lo único que pensamos es en dormir. Pero en el Hôtel  de la Métropole, donde hemos reservado una habitación, el alboroto de una fiesta nocturna celebrada bajo nuestra ventana nos impide conciliar el sueño durante largo rato.
A las seis de la mañana volvemos al Asie [el vaixell] para coger una cámara de fotos. Un carruaje nos lleva al mercado. Caballos esqueléticos, de ijadas ásperas y ensangrentadas, cuyas llagas han untado con azul de Prusia. Cambiamos este triste carro por un coche que nos lleva a seis kilómetros de la ciudad, a través de descampados que recorren hordas de carroñeros. Algunos están encaramados en el tejado de las casas y parecen enormes palomas desplumadas.

Jardín experimental. Árboles desconocidos. Matas floridas de hibiscos. Nos adentramos por estrechas avenidas para tener una primera impresión de la selva tropical. Algunas hermosas mariposas, parecidas a grandes macaones, pero con una gran mancha nacarada en el reverso de las alas. Cantos de pájaros desconocidos, que busco en vano entre el espeso follaje. Una serpiente negra muy delgada y bastante larga pasa deslizándose y huye.
Queremos llegar a un poblado indígena situado en la arena, a orillas del mar, pero una laguna infranqueable nos separa de él.

De Viaje al Congo, d'André Gide. Traducción de Marga Latorre. Altaïr viajes. Ediciones Península.  p.12

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