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dilluns, 10 de març del 2014

Meknès, segons Edith Wharton

Meknes fue construida por el sultan Mulay Ismail en torno al núcleo de una ciudad pequeña cuyo emplazamiento resultaba de su agrado; justo en esa época, Luis XIV creaba Versalles. El hecho de que dos autócratas contemporáneos coincidan en la construcción de ciudades a partir de la nada ha sido la causa de que algunas personas a quienes interesan las analogías hayan descrito Meknes como el Versalles de Marruecos: un epíteto que es tan instructivo como sería decir de Fidias que era el Benvenuto Cellini de Grecia.
[…]
y , por fin, ahí estaba. Tras cruzar otra gran puerta, pasando bajo un arco enjoyado y resplandeciente, de color azul turquesa y verde, llegamos a otro espacio vació rodeadode murallas de arcilla roja. Una tercera puerta llevaba a una vacuidad aún más vasta, al fondo de la cual se elevaba una colosal ruina roja, algo parecido a los niveles más bajos de un anfiteatro romano que se extendiera infinitamente en lugar de formar un círculo, o una serie de acueductos romanos construidos cada uno al lado del otro y conectados en una única estructura. Bajo esta ruina indescriptible, la árida tierra bajaba en una pendiente hasta un lago artificial que sin duda era el que el sultán había hecho construir para dar sus paseos en barca. Y más allá de él, la tierra roja seguía extendiéndose hacia más murallas y puertas, que dejaban entrever palacios abandonados y enormes torres de ángulo a punto de desmoronarse.
La inmensidad, el silencio y la catastrófica desolación del lugar eran más impresionantes debido a que los edificios se habían construido en fechas relativamente recientes. Del mismo modo en que Mulay Ismail había tratado a Volubilis, el paso del tiempo había tratado a su Meknes. Y la destrucción infligida sobre las sólidas murallas de la ciudad romana, para la que se había necesitado a miles de esclavos controlados por el látigo, aquí la habían llevado a cabo rápidamente el olvido y el abandono. [...] Pero de qué son (las ruinas), eso nadie lo sabe. A pesar del texto de Ezziani  (escrito cuando el lugar ya estaba parcialmente destruido), los arqueólogos no se ponen de acuerdo con respecto a la función de la cripta de arcilla entre el rosa y el rojo cuyas veinte filas de gigantescos arcos se asemejan tanto a un grupo de acueductos romanos alineados. ¿Serían éstos los graneros abovedados, o los depósitos subterráneos que había bajo los cinco kilómetros de establos que alojaban a los mil doscientos caballos? Los establos, en cualquier caso, estaban sin duda cerca de este punto, ya que el lago linda con las ruinas, como en la descripción del cronista. Y entre él y el antigui Meknes, detrás de las murallas que hay dentro de las murallas, yace todo lo que queda de los cincuenta palacios con sus cúpulas, jardines, mezquitas y baños.

D’En Marruecos, d’Edith Wharton. Traducción de Mariano Peyrou. Editorial Pre-Textos. p. 60

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