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dilluns, 10 de març del 2014

Mulay Ismail, segons John Windus i Edith Wharton

John Windus, el inglés que acompañó al comodoro Stewart en su embajada a Meknes en 1721, vio los palacios imperiales y a su constructor con sus propios ojos y los describió con la vivacidad de un extranjero impactado por cada uno de los contrastes que encontraba.
Mulay Ismail, contaba entonces alrededor de ochenta y siete años, y era “un hombre de estatura media, con un rostro que se veía que había sido agraciado, sin ningún rasgo negro aunque su madre era de color. Tiene la nariz alta, bastante larga, descendiendo desde las cejas y fina. Ha perdido todos sus dientes y respira con dificultad, como si tuviera problemas en los pulmones, tose y escupe muy a menudo, y sus escupidas nunca llegan hasta el suelo, ya que siempre hay hombre preparados pasea recibirlas con los pañuelos. Tiene una barba fina y muy blanca, sus ojos dan la impresión de haber sido chispeantes, pero su vigor decayó con la edad, y sus mejillas están muy hundidas”.
Éste era el aspecto de este hombre extraordinario, que engañó, torturó, traicionó, asesinó, aterrorizó y se burló de sus esclavos, de sus súbditos, de sus mujeres y niños y de sus ministros como cualquier otro déspota árabe medio salvaje, pero a pesar de todo consiguió, durante todo su largo reinado, conservar un imperio bárbaro, vigilar el desierto y, al menos, dar una apariencia de prosperidad y seguridad donde anteriormente todo era caos.

D’En Marruecos, d’Edith Wharton. Traducción de Mariano Peyrou. Editorial Pre-Textos. p. 69

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