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dimecres, 9 de març del 2016

Notas de Oporto, d'Antonio Muñoz Molina

Al día siguiente de llegar a oporto ya parece que uno lleva más tiempo en la ciudad. Sales del hotel en la mañana de llovizna y bajas la calle de Ceuta hasta la esquina del café Guarany, y cunado eliges para desayunar una mesa junto a la cristalera que da a la avenida de los Aliados es como si estuvieras cumpliendo una querida costumbre, aunque ésta sea solo la segunada vez. .../...

En Portugal, como en otros países civilizados de Europa, la relación entre el pasado y el presente es menos abrupta que en España. .../...

Pero igual de grave es la desaparición del mobiliario público, de empedrados y baldosas de aceras, de interiores de comercio y de cafés. .../...

Que una ciudad tenga buenos cafés sería un motivo razonable para exiliarse a ella. .../...

En una plaza pequeña, por los barrios altos, hay un busto de bronce de un caballero de morrión bélico y feroces bigotes: pero resulta ser no un general, sino un bombero que ganó un campeonato internacional de su oficio en 1905. .../...

En Oporto, el aficionado a los placeres errantes de la ciudad descubre una de las plazas más naturalmente armoniosas y menos declamatorias o solemnes que yo he visto en mi vida: es la plaza Carlos Alberto, con edificios comunes de alturas desiguales, con una forma más o menos triangular y un parque modesto en el centro, con tiendas y pequeños bares y casas de comidas que sacan mesas a la acera en los días de sol. Es una plaza despejada, pero también acogedora, muy terrenal y vecinal y muy abierta a un gran cielo de gaviotas. .../...

No lejos de allí se puede asistir a una virulenta confrontación entre lo mejor del pasado y lo peror del presente. La librería Lello, diseñada en 1906, con un interior asombroso de maderas talladas en un neogótico Tudor, no se parece a ninguna otra que yo haya visitado. .../... Porque aparece en las películas de Harry Potter, se ha convertido en punto de destino de un turismo iletrado y masivo, que llega a cada momento desde cualquier parte del mundo. .../... Parejas, familias enteras, apiñadas excursiones asiáticas, niños narcotizados por pantallas diminutas, un espesor de cuerpos en un vagón de metro a hora punta, un chasquido de cámaras igitales y tonos de teléfono. Desde una de las stanterías, un busto de Eça de Queiroz contempla el circo detrás de su monóculo.

A El País Babelia, 20.02.16

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