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dimarts, 4 de març del 2014

Fes, segons Edith Wharton

Edith Wharton nascuda a Nova York el 1862 va viure la major part de la seva vida a França. Va escriure més de quaranta llibres de tots els gèneres. En Marruecos explica el seu viatge pel país durant la primera guerra mundial. Viatge en un jeep militar des de la costa atlántica fins al Alt Atlas, i ens deixa les seves impressions de Rabat, Mulay Idriss, Fes i Marraqueix, entre d'altres. Tot el llbre és interessant, però els textosl dedicats a Fes t'ajuden amb les seves descripcions i imatges a submergir-te entre els seus carrers.

FEZ

La primera imagen
Fez, la de las muchas murallas, se elevó ante nosotros desde la llanura al final del día. […]
Al aproximarse a ella de esta manera, la ciudad sólo ofrece a la vista una larga línea de murallas y fortificaciones que se confunden con la planicie de color pardo rojizo y se enmarcan entre unas áridas montañas. No se ve ni una sola casa extramuros, excepto, a una imponente distancia, las pocas y discretas edificaciones de la colonia europea; y no hay ni una sola aldea que rompa la desolación del paisaje.
[...]
Fez, de hecho, es la ciudad más antigua de Marruecos sin un pasado romano o fenicio, y ha conservado más huellas que ninguna otra de la época de su florecimiento arquitectónico; en cualquie caso, sería más cierto decir de ella, ya que su forma aparentemente inmutable está desmoronándose  todo el tiempo y todo el tiempo renovándose a partir de su antiguo trazado.
[...]
"Polvo eres y en polvo te convertirás"; éste devbería de haber sido el lema de los constructores de palacios marroquíes.
Fez cuenta con un antiguo edificio secular, una bella fondak del siglo XV;  pero en Marruecos, como norma general solamente las mezquitas y las tumbas de los santos se protegen y conservan -y sin demasido interés- e incluso los sólidos edificios de piedra de los almohades han sido descuidados y están en un estado ruinoso, como en Chella y en Rabat.
[...]
Las distancias en  Fez son tan grandes, y las calles tan estrechas, y en determinados barrios están tan atestadas de gente, que todo el mundo, salvo los santos o la gente de clase más humilde, va a lomos de mula.
Por la tarde, por consiguiente, las mulas rosadas aparecieron de nuevo, y nos pusimos en marcha havia la larga calle, semejante a un túnel, que baja la colina y conduce hasta Fez Al Bali.
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Fez es sombría, y los bazares apiñados en torno a sus santuarios más sagrados forman el más sombrío de sus barrios. Allí anochece temprano, y las lámparas de aceite titilan en los nichos de los mercaderes mientras la clara luz del día africano todavía cae sobre los jardines de la zona más alta de Fez. Este crepúsculo se suma al misterio de los souks, convirtiéndolos, a pesar de los ruidos profanos y de la muchedumbre y la suciedad, en una impactante aproximación a los lugares santos.
[...]
Sobre los bazares de Fez, suele leerse que han sido el mercado central del país durante siglos. Aquí se encuentran no sólo las sedas y la cerámica, las obras de los orfebres judíos, las armas y las guarniciones bordadas que se producen en la misma ciudad, sino también tafilete de Marrakech, alfombras, tapices y esteras de Rabat y Salé, cestas de hilo de Mulay Idriss, dagas de Souss y todo tipo de mercancias europeas que se venden en los mercados locales. Al mirar, sobre el mapa de Fez, el espacio que ocupan los bazares, al entrar en contacto con los enjambres de gente que los atraviesan desde el amanecer hasta el crepúsculo, uno se queda perplejo y decepcionado. Son menos "orientales" de lo que uno se había esperado, si "oriental" significa colorido y alegre.
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La última visión
Está bien despedirse de Fez por la noche, y si se puede elegir, en una noche con luz de luna.
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En todas partes se oye el agua, sea en forma de torrente ruidoso o de suave canto, y por encima de todos los muros llega el perfume e los jazmines y las rosas. A lo lejos, desde el purgatorio rojo y amurallado, suena el salvaje tum-tum de la bacanal de los negros; aquí todo es paz y fragancia. Un minarete se levanta entre los tejados como una palmera, y desde su balcón, una figura pequeña y blanca se inclina y deja caer una bendición sobre toda la belleza y toda la miseria. 

D’En Marruecos, d’Edith Wharton. Traducción de Mariano Peyrou. Editorial Pre-Textos. p. 73

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