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diumenge, 23 de març del 2014

Venècia, segons Ángeles Matretta

Venecia, la hermosa

¿Quién que la haya visto no la venera? ¿Quién que la desconozca no la anhela? Venecia, la hermosa. La rara, la solitaria, la invadida, la reina, la sabia, la triste, la inundada, la bella, la querida, la soñada, la imaginaria, la sensual, la conspiradora, la ilustre, la ilustrada, la bailarina, la muda, la persuasiva, la loca, la imprudente, la generosa, la complicada, la sucia, la indeleble, la sonora, la pálida, la luminosa, la inasible, la insaciable, la mil veces cantada, Venecia.

Nunca he podido ir a Italia sin pasar por sus calles de agua; alguno de mis genes debió salir de allí. Una vez, con mi hermana, hicimos un viaje de cuatro horas en tren, para estar en Venecia menos de una hora y volver a salir rumbo a Milán, donde teníamos quehaceres. En Venecia los turistas –me entristece serlo y no puedo sino serlo, a pesar de mi parte italiana- lo único que tenemos que hacer es contemplar. ¿Y qué han de hacer los venecianos para lidiarnos? Somos unos adefesios, mermamos la suavidad del paisaje con nuestros zapatos para caminar y nuestros rostros de pasmo. Al mismo tiempo, somos los peregrinos, los que bendecimos, la metemos en nuestra índole y nuestra euforia, la volvemos parte de nuestra imaginación, nuestros deseos, lo mejor de nosotros. Emociona Venecia. Es imposible imaginar que no exista, sería como si el mundo se muriera. Sin embargo, quienes la habitan se pusieron de luto el sábado porque han pasado, en cuarenta años, de ser ciento veinte milo a ser sesenta mil. Están a punto de tener menos habitantes de los que se piden para considerar ciudad a una ciudad. Desfilaron las góndolas custodiando un ataúd que dentro llevaba una bandera con la Fenice. El ave Fénix, la promesa de que esta luz, con su vuelo y su duelo, tiene que seguir viva. Bendita Venecia. ¿Quién que la haya visto no la venera?

De La emoción de las cosas, d'Ángeles Mastretta. Seix Barral. p.185 

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